lunes, 19 de junio de 2017

*ALLÁ EN MENDOZA.

La hermosa tarde transcurría, y la ruta espléndida nos conducía hacia el limite con nuestro hermoso país. Chile estaba del otro lado de la inmensa cordillera que íbamos recorriendo mientras las cumbres, cada vez más altas, nos mostraban paisajes increíbles. Los pasos por dentro de la roca nos quitaban, por segundos, la luz del sol que nos acompañaba.
Con el andar de los kilómetros comenzó a perderse, para dar paso a una luna llena, casi naranja, y que parecía un cuento transitando aquella ruta. Entre mate y mate, la charla se hizo cada vez más amena.
Ella me prohibió llamarla "doctora", como lo hacía habitualmente en el trabajo, y comenzamos a tratarnos de vos y tú mezclado entre su nombre y el mío y, entre risas y anécdotas laborales, la noche y la ruta nos siguieron mostrando la belleza mendocina, kilómetro tras kilómetro.
La temperatura comenzó a bajar rápidamente y al llegar al puente del Inca, la noche parecía día a la luz de la hermosa luna. "Paramos aquí", dijo ella, y así fue. En la ruinas de un viejo hotel donde las aguas termales bañaban las piedras de lo que queda de dicha construcción y, entre saltos y piruetas entre las piedras, la geóloga me fue contando la historia de dichas piedras y el porqué de cada color y el motivo del tipo de agua y su temperatura.
Mientras me comentaba el color de los metales que se encontraban en las piedras a temperatura elevada y el agua que largaba un vapor casi sanador, según recuerdo, ella se comenzó a quitar la ropa. Una vez desnuda totalmente se acomodó en una pileta muy rústica, tipo bañera, por donde corría el agua a temperatura elevada. Yo, asombrado, quedé inmóvil por la acción, pero ante el pedido de "antes de quitarte la ropa ve al carro y trae los toallones del baúl y el mate", no tuve opción y, en minutos, estaba sentado frente a ella, disfrutando de la hermosa temperatura de aquella agua y de un rico mate en una situación jamás pensada pero inolvidable.
Y así, mientras la luna giraba, fui conociéndola a ella y su forma de ver la vida un poco más, de la que aprendí muchas cosas, dejando viejos tabúes arrumbados en medio del vapor del agua y la nevisca que comenzó a vestir la noche, ocultando la luna, antes del regreso al auto cuando ya comenzaba a despuntar el día, allá donde las montañas guardan secretos que solo la naturaleza comparte entre el viento, el tiempo y la experiencia de vivir.

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