sábado, 3 de junio de 2017

*DE AMORES OCULTOS, EL SUR VIVE.

"Desde la ventana del inmenso living vidriado de frente a la ruta 3 y en aquella casi primaveral tarde de domingo, recostado en el sillón casi adormecido escuché golpear la puerta de madera de acceso, suavemente "adelante, está abierto", dije con en voz alta y entró Carlitos con su mochila al hombro y campera. "¡Vamos, daleeeee!". "¿Dónde? - pregunté - ¿dónde querés ir ahora,  no tengo la camioneta". "Vamos - dijo - tengo latas de cerveza y coca cola, nos vamos al glaciar". No dudé mucho, la aerosilla todavía funcionaba y se lo comenté. "No, vamos caminando, hoy se rompió. Dale vamos".

Y así fue como comenzamos la larga caminata, el glaciar parecía estar ahí, a cuadras, pero fue largo el camino hasta la base de la aerosilla y luego entre piedras y un poco de nieve; el ascenso hasta los hielos permanentes una vez más, pero esta vez, caminando y de paseo,  pues el domingo era el día que, de vez en cuando (no muchas veces), descansábamos del centro de investigaciones.

La caminata fue amena, esta vez no se habló de trabajo y entre las piedras y los borcegos esquivando y saltando debajo de los cables, llegamos después de un largo rato al hielo eterno. El sol brillaba como nunca sobre la nieve congelada, buscamos unas piedras para sentarnos y descansar los pies que ya estaban por lastimarse. Enterramos las latas en el hielo para después de un tiempo poder beberlas.

En aquel descanso, la vista es la fotografía soñada de la ciudad del fin del mundo y el lugar imposible de describir tanta belleza: las montañas, los montes, las lengas y el canal hacen de la bahía la gran postal, ¡¡¡Allá donde dobla el viento y termina nuestro hermoso país!!!

Carlos venía de Bahia Blanca, esa era su ciudad natal y estaba en Ushuaia solo como yo, pero hacía un par de meses más que ya circulaba por la ciudad solitario, los domingos . Me contaba como buen geólogo el secreto de cada montaña con historias de miles de años pero, esa tarde, quedó pensativo con la vista perdida en el canal. Lo observé reiteradamente y el silencio parecía ser interminable hasta que vi correr unas lágrimas por su mejilla y pregunté si quería contarme algo, me miró, lo palmeé y largó un llanto que intenté consolar entre mis brazos, en poco tiempo se repuso y así comenzó a contar con la voz entrecortada su pasado en la ciudad natal donde dejó, después de muchos intentos, el gran amor de su vida, que me describió con detalles tan maravillosos que en cada relato sus ojos volvían a brillar de emoción y todo parecía estar reviviendo allá, en la cumbre del viejo Martial.

El sol comenzaba a dejarse escapar entre las nubes y de a poco comenzamos el descenso, algunas luces de la ciudad comenzaban a encenderse pero, apurando el paso, llegamos a la casa junto con la noche, el viento comenzaba a estirar nuestro rostro y la calefacción del CADIC fue el alivio al término de la tarde y el comienzo de una noche mágica.

Mateamos mientras  fuimos preparando la pizza que  teníamos para la cena y confesiones de viento y lágrimas. A los dos el sur nos traía recuerdos diariamente y siempre relacionados con el pasado inolvidable, con dos mujeres que no teniendo nada que ver entre sí, giraban en nuestra cabeza sin antes haberlo comentado y, en medio de todas las casualidades, ambas descripciones parecía que estuviéramos hablando de la misma mujer, las dos pequeñas mujeres de estatura y tamaño, las dos grandes artistas y a las dos ambos hacía años que no veíamos pero ambos guardábamos el secreto el de que ninguna sabría el porqué de nuestro sentir por ellas.

En el living con los leños encendidos y mirando de frente el monte Susana, brindamos por ellas, por el amor, la amistad, el silencio y un encuentro inesperado en el culo del mundo donde las penas duelen como el viento en nuestro rostro y la nieve sacude nuestro corazón pero nunca lo enfría de amor hacia ellas.

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