domingo, 4 de junio de 2017

*EL DIBUJO, VOS Y YO.

La escalera del vestuario, detrás de la Cachila, nos reunió como más de una tardenoche, sentados ahí tuvimos una larga conversación. Ella acomodaba mi corbata azul y yo hacía lo mismo con su largo cabello castaño claro, que enredaba entre mis dedos como un juego en cada encuentro, pero decidimos cortar nuestra alocada relación de adolescentes, los dos teníamos miedos, miedo al futuro que comenzaba en poco tiempo, detrás de las libres rejas de la escuela. Nos esperaba en pocos meses un futuro casi incierto, pero futuro al fin, y compartirlo era insostenible, por lo menos como ella quería . Nos tomamos las manos fuertemente y ella con un rostro casi de enojo partió a su casa, a mí me esperaba el entrenamiento, que no cambiaría por nada.
Pasaron los días y, justo en la escalera, nos cruzamos frente al cuartito. Yo entraba, ella subía, se acercó y me dijo al oído casi susurrando: "Te espero en la Cachila, en en el recreo largo".
No podía fallarle, volví al taller, le comenté al Tano,que debía tener una conversación y, como siempre, cuando le decíamos la verdad, me dijo "vaya y pórtese bien, pero vuelva".
Sonó el timbre, corrí bajando rápido la vieja escalera y el largo pasillo de talleres; llegué a la Cachilla y viendo su figura desde lejos, pensé mil cosas en cada paso, a su encuentro.
Nos sentamos mirando la cancha, en la escalera de acceso al vestuario, como lo hacíamos tarde a tarde, en el recreo  de las 18,20, y los dos encendimos cigarrillos que compartíamos hacía meses y me entrego un dibujo, hecho por ella, dedicado a mí, Me dijo: "Algún día encontrarás la mujer de tu vida y ojalá sea ésta que dibujé pensando en vos y para vos". Me provocó una sonrisa, largué una carcajada y ella endureció su rostro, retirándose, simplemente dijo: "No entendiste nada..." y se fue, recogiéndose el cabello, hacia el aula antes de que sonara el timbre de fin del largo recreo.
Pasaron muchos años, no supimos nada uno del otro en ese tiempo, pero yo conservaba ese dibujo.
Hoy encontré esa mujer, y como le prometí aquella tarde la cuidaré, protegeré y trataré de amarla como tantas veces conversamos; es casi la utopía de aquella adolescencia tan linda compartida y conversada pero, ante todo, es mi palabra, la que alguna vez le di, hace muchos años, en nuestra querida escuela y hoy, convencido de que tenía la razón que aquel día no le di, publico aquel dibujo y le grito. "¡La encontré!".
Ojalá nos encontremos en este sincero relato de pocas palabras, pero de cuarenta años de vivencias separadas, que hoy vivimos por primera vez en la adultez. Y ojalá vos comprendas que todo lo que pensamos hace tanto tiempo (y que no pudimos realizar juntos pero nos prometimos realizar por separado) hoy lo vamos a cumplir, como quizás nunca imaginamos.
Pasó el tiempo, con el transcurso de los años y las experiencias vividas y hoy, cumplidos ya ambos los sesenta años, sabemos mucho mejor que aquel día en que me entregaron el dibujo, que todo es posible sin importarnos la edad ni el tiempo que nos queda por delante sino las ganas de caminar juntos, acompañados y de la mano siempre, como lo hacíamos en nuestra adolescencia.
El dibujo lo encuadré antes de que perdiera los bellos colores que sus manos imprimieron con lápices y ahora corona el rincón donde, a menudo, tomando mate y escuchando música pasamos horas interminables recuperando el tiempo perdido y recordando, de vez en cuando, un pasado del cual nos arrepentimos de algunas situaciones vividas, pero en donde la experiencia, los hijos y la vida hicieron que hoy nos encontremos para disfrutar de las cosas más sencillas del diario vivir, quizás con más temor, pero convencidos de que jamás nos haremos daño, pues ya la vida nos puso a prueba más de una vez y salimos ilesos de algunos golpes siempre adelante para, hoy, compartir un café en alguna esquina y saborearlo como una fiesta de encuentro y entendimiento, hasta que el tiempo quiera, de nosotros seguir sacándonos una sonrisa a la luz de la luna, en la noche más oscura pero viviendo la felicidad de una adultez compartida sin reproches ni reclamos, simplemente con entendimiento, caricias, abrazos y la interminable conversación de cada encuentro.
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